
Yo era quien caminaba por las mismas calles, intentando ver más allá. “Día a día”, “noche en noche”, la vida se había vuelto algo tan repetido y cíclico como estas primeras frases. Mi vida se había convertido en algo totalmente previsible e inevitable, lleno de material, vacío de contenido. Hablaba, reía, lloraba y callaba, mientras me preguntaba por qué tenía que ser así.
Terminaba otro año, y yo estaba solo, me sentía solo. Si bien, tiempo atrás, era lo que necesitaba, ahora no me era grata esa sensación. Disfrutaba mi soledad, quería disfrutar de cada instante, todo lo que pudiese alcanzar y no sentir que en un futuro me arrepentiría por ello.
Pero ¿por qué ya no sentía lo mismo? ¿Por qué ya no sentía? La vida había dejado de ser lo que era para mí, ahora quería cambiar. Buscaba amar, amar, pero amar algo que no fuera yo ni que tuviese relación con mi persona; quería liberar mi alma y hacer de mi cuerpo sólo una máscara para ser reconocido por el entorno al que me había acostumbrado.
Yo. Quién era yo ahora, y por qué no era lo que pensaba hasta entonces. Quería entregarme a alguien, a otro ser y sentir que le entregaba por completo alma, cuerpo y todo ese espacio entre ambos que todavía nadie reconocía, ni yo mismo.
Caminaba día a día por las mismas calles, intentando encontrar a aquella persona que quisiera, al igual que yo, salir del globo que la contenía en su interior. Intentando ver más allá, esperando a quien deseara ver algo distinto. “Día a día”, “noche en noche”, la vida se había vuelto algo tan repetido y cíclico como estas primeras palabras.
Su vida se había convertido en algo totalmente previsible e inevitable, sin mucho contenido. Buscaba y se amargaba, estaba disconforme, se daba cuenta. Tenía tan sólo quince años pero podía reconocer que el mundo que en ese momento le estaba rodeando no le satisfacía.
Sentía aquél ahogo. Desesperadamente quería abrirse camino, ese que se estaba estrechando día a día, y poder desplegar sus alas; porque soñaba con ser ángel, algo con posibilidades de enfrentarse al mundo de una manera diferente, algo que le permitiera elevarse y sobrevolar todo ese mundo que ahora no era más que una burbuja ahogando, absorbiendo.
El hombre, según la Biblia, lleva millones de años habitando este gran globo, construyendo y modificando el entorno en búsqueda de algo mejor para sí mismo, para alcanzar el objetivo que Dios formuló al momento de crear esta masa de tierra en seis días y con dos personas inicialmente.
Pero, en sus ojos, veía que no creía que el mundo estuviese mejor, no sentía que fuese el ambiente ideal para que se desarrollara, no veía que el hombre hubiese crecido; de hecho, ni siquiera creía ya en la Biblia.
Intentaba disfrutar de los pequeños placeres que podía permitirse: sus relaciones, sus sueños, una buena lectura y un cigarro. Pero, aún cuando veía que todo a su alrededor se desmoronaba, no desesperaba, porque incluso sabiendo que quizás quienes le rodeaban no cambiarían, tenía sueños por cumplir, metas planteadas; y, entre ellas, estaba el salir algún día de ese sitio, recorrer el mundo, y confirmar por sí mismo que el significado del mundo no depende de los demás sino únicamente de lo que es capaz de hacer cada uno para definirlo.
Pero había algo que le detenía y hacía olvidar toda esperanza en un futuro, la soledad. Nada tendría sentido sin alguien con quien estar juntos disfrutando de esa misma victoria.
Quería entregarse a alguien, quería amar a otro y sabía que debía hacerlo. Solo que no aparecía, ni la circunstancia ni la persona indicada, y la duda de que quizás esa compañía no apareciese nunca, le amargaba.
Recuerdo que un autor definía el amor como el reconocer la diferencia entre dos aunque, estos dos, no se sintieran diferentes, e incluía la sensación de este estar fuera de mí y en otro. Pero en un mundo devastado por el individualismo, por el egoísmo y la falta de sentido, ¿podía pensarse aún en el amor como algo posible?
Terminaba otro año, y yo estaba solo, me sentía solo. Si bien, tiempo atrás, era lo que necesitaba, ahora no me era grata esa sensación. Disfrutaba mi soledad, quería disfrutar de cada instante, todo lo que pudiese alcanzar y no sentir que en un futuro me arrepentiría por ello.
Pero ¿por qué ya no sentía lo mismo? ¿Por qué ya no sentía? La vida había dejado de ser lo que era para mí, ahora quería cambiar. Buscaba amar, amar, pero amar algo que no fuera yo ni que tuviese relación con mi persona; quería liberar mi alma y hacer de mi cuerpo sólo una máscara para ser reconocido por el entorno al que me había acostumbrado.
Yo. Quién era yo ahora, y por qué no era lo que pensaba hasta entonces. Quería entregarme a alguien, a otro ser y sentir que le entregaba por completo alma, cuerpo y todo ese espacio entre ambos que todavía nadie reconocía, ni yo mismo.
Caminaba día a día por las mismas calles, intentando encontrar a aquella persona que quisiera, al igual que yo, salir del globo que la contenía en su interior. Intentando ver más allá, esperando a quien deseara ver algo distinto. “Día a día”, “noche en noche”, la vida se había vuelto algo tan repetido y cíclico como estas primeras palabras.
Su vida se había convertido en algo totalmente previsible e inevitable, sin mucho contenido. Buscaba y se amargaba, estaba disconforme, se daba cuenta. Tenía tan sólo quince años pero podía reconocer que el mundo que en ese momento le estaba rodeando no le satisfacía.
Sentía aquél ahogo. Desesperadamente quería abrirse camino, ese que se estaba estrechando día a día, y poder desplegar sus alas; porque soñaba con ser ángel, algo con posibilidades de enfrentarse al mundo de una manera diferente, algo que le permitiera elevarse y sobrevolar todo ese mundo que ahora no era más que una burbuja ahogando, absorbiendo.
El hombre, según la Biblia, lleva millones de años habitando este gran globo, construyendo y modificando el entorno en búsqueda de algo mejor para sí mismo, para alcanzar el objetivo que Dios formuló al momento de crear esta masa de tierra en seis días y con dos personas inicialmente.
Pero, en sus ojos, veía que no creía que el mundo estuviese mejor, no sentía que fuese el ambiente ideal para que se desarrollara, no veía que el hombre hubiese crecido; de hecho, ni siquiera creía ya en la Biblia.
Intentaba disfrutar de los pequeños placeres que podía permitirse: sus relaciones, sus sueños, una buena lectura y un cigarro. Pero, aún cuando veía que todo a su alrededor se desmoronaba, no desesperaba, porque incluso sabiendo que quizás quienes le rodeaban no cambiarían, tenía sueños por cumplir, metas planteadas; y, entre ellas, estaba el salir algún día de ese sitio, recorrer el mundo, y confirmar por sí mismo que el significado del mundo no depende de los demás sino únicamente de lo que es capaz de hacer cada uno para definirlo.
Pero había algo que le detenía y hacía olvidar toda esperanza en un futuro, la soledad. Nada tendría sentido sin alguien con quien estar juntos disfrutando de esa misma victoria.
Quería entregarse a alguien, quería amar a otro y sabía que debía hacerlo. Solo que no aparecía, ni la circunstancia ni la persona indicada, y la duda de que quizás esa compañía no apareciese nunca, le amargaba.
Recuerdo que un autor definía el amor como el reconocer la diferencia entre dos aunque, estos dos, no se sintieran diferentes, e incluía la sensación de este estar fuera de mí y en otro. Pero en un mundo devastado por el individualismo, por el egoísmo y la falta de sentido, ¿podía pensarse aún en el amor como algo posible?
2 comments:
esa es una historia de tu vida?
que rico ver publicado el texto al cual tanta importancia le diste al ser creado, más aun, es genial saberme participe de esta creacion, te agradesco haberme permitido tener la primicia de este lanzamiento... la historia es bastante retrospectiva no?
Post a Comment