
Estoy sentado, tomando una taza de café. Si fumara, quizás tendría uno de esos cilindros asfixiantes en mi boca, para así terminar representando de buena manera esta escena melancólica.
Una escena en la que estaría recordando aquellos viejos tiempos, rodeado de humo, esas viejas etapas que provocan en mi pecho una sensación ambigua de triunfo y rabia, de dolor y arrepentimiento, de arrogancia y deseo de venganza.
La música de fondo continúa su curso, pasa de un tema a otro, sin importarle qué emoción provoca, o mis deseos de sentirla en mis poros. Independientemente, va lanzando sus tonos y mi piel se aprieta, se eriza, se relaja.
No me siento actor ya del momento, sino un accesorio, que solo adorna lo que los compases quieren manifestar, aquello que desean retratar.
Hay agotamiento en mis ojos, a ratos se cierran. Mi cabeza no reconoce ya si es un sentirse agotado, agobiado o son, simplemente, los deseos inconscientes de salir corriendo de esta realidad. Como si el cerrarlos involucrara el volver a soñar, o el último intento desesperado para despertar si es que todo esto se tratara de una maldita pesadilla.
Percibo el cansancio en mi cuerpo, mi espalda pide a ratos enderezarme en el eje de su columna, mientras que en otros pretende estar tocando el suelo de manera uniforme. Este cuerpo parece no querer más enfrentamientos, no desea alzarse más, solo busca reposo y acogida, un silencio expansivo que adormezca cada uno de sus músculos.
Todo pareciera querer ser escape, todo me da la idea de que deseo tal huída.
Tengo veinticuatro años bien o mal recorridos, que entre sus tantos rostros, sus múltiples lugares, los instantes de silencio o los momentos de constante bulla, me han traído aquí, a mi hogar. El primer sitio que recuerdo de manera dulce y condescendiente con mi ignorancia, con mis imperfecciones.
Es momento de finalizar, es instante de empezar por fin a actuar la frase del dejar atrás.
Mi puño se aprieta, manifestando cómo los sonidos que están girando son ahora desagradables. Los mismos que antes eran parte de mi pequeña catarsis, aquí, en el pequeño cuarto en el que siempre termino sentado con una taza de café en la mano izquierda y con la mano derecha vacía. Aquella mano a la que miro, repetidamente, diciéndole cuánto necesita un cigarro en ella para que, al menos así, no sostenga este arma que pareciera por fin querer hacer su debut triunfal en el escenario, en esta repetida escena melancólica que, por última vez, me coloca a mí como un mueble, abrazado con la misma música de fondo que hoy otra vez se reproducirá.
2 comments:
Mais um belo post teu, que gostei de ler!
Continua mostrando a tua sensibilidade e que ela sirva de exemplo para que o mundo melhore.
Um abraço desde esta costa (orilla del mar?) do Atlântico
Eu vi que entendeste bem o que se passou no tempo de Pio XII. Não há dúvida de que naqueles e nestes tempos, mesmo nas igrejas, o homem continua muito imperfeito.
Amigo Paulo: estou à espera de novo post
no teu "silent all these years".
Bom fim de semana!
Post a Comment